jueves, 7 de febrero de 2013

Mariposas en las paredes (Primera parte)

—Prueba de sonido... Uno... Dos... Tres... Probando —Nórah sopló unas cuantas veces sobre el micrófono, que bajaba hasta la comisura de sus labios desde el auricular derecho—. ¿Me oyes bien?

—Sí, Nórah, te recibo bien —respondió la voz de Fran, algo distorsionada por las interferencias—. ¿Cómo va todo por ahí?
—Bien, de momento va muy bien —Nórah resopló aliviada cuando dejó caer la mochila sobre el mugriento suelo—. Ya he llegado al sótano.
—Estupendo... —su tono irónico era evidente—. ¿Por qué estas cosas siempre pasan en sótanos? De verdad, espero que no sea tan sórdido como me lo imagino.
—No, tranquilo —Nórah iluminó con la linterna—. En realidad es mucho peor.
El haz de luz se posó sobre la pared desconchada de enfrente y, lentamente, fue recorriéndola para iluminar cada una de las grietas y manchas de humedad. Nórah comenzó a acercarse para ver mejor los detalles de la superficie. Sus pisadas hacían crujir las capas de polvo y de tierra que el paso de los años había depositado sobre el suelo. Colocó su mano sobre la fría piedra y dejó que las sensaciones llegaran a ella.
—Tiene que ser aquí —comentó al micrófono—. Las paredes todavía tienen aprisionado el dolor de este lugar.
—Genial —dijo Fran, con tono de aburrimiento—, pues te propongo algo diferente para esta noche. ¿Por qué no dejas una grabadora en marcha y te vienes conmigo al coche para dar una vuelta? Es lo que la mayoría de las parejas normales harían un viernes por la noche. ¿Qué te parece?
—Me parece que lo normal es aburrido.
—¿Insinúas que te aburre estar conmigo?
—Solo digo que esto me parece mucho más interesante que conducir por ahí sin rumbo.
—Bueno, también podríamos hacer otras cosas interesantes después de dar ese paseo. Cositas íntimas... ¿Qué me dices?
—¡Las he encontrado!
—¿¡Qué!? Oye, Nórah, no cambies de tema. Siempre me haces lo mis...
—¡Las he encontrado! ¡Las he encontrado!
Fran suspiró.
—Tranquila, Norah. Habla con calma y cuéntame. ¿Qué has encontrado?
—La mayoría se ha borrado, pero aquí quedan algunas. ¡La mariposas de las paredes! Joder, pensaba que ya no quedaba ninguna. ¡Han pasado más de treinta años!
El foco de su linterna estaba quieto en una de las paredes laterales del sótano. La luz iluminaba un grupo de mariposas de diferentes tamaños dibujadas en la pared. Parecía que las había dibujado un niño, con el dedo y con pintura marrón.
—¿Mariposas? ¿Qué mariposas?
—¿Cómo que qué mariposas? ¡Si te conté toda la historia mientras veníamos!
—Vale, vale. Perdona. Lo siento. Desconecté de la conversación mientras conducía. Este sitio está en el quinto pino y no quería que nos perdiésemos.
—Joder, Fran. Está demostrado que los tíos no podéis hacer dos cosas al mismo tiempo.
Durante unos segundos, nadie dijo nada, hasta que Nórah empezó a contar la historia.
—Hará unos treinta y cinco años, en esta casa vivía una familia. Era una familia normal y corriente. El padre trabajaba en una fábrica, la madre era ama de casa y el pequeño de la casa se dedicaba a ir al cole por las mañanas y a jugar por las tardes en este sótano. Todo era muy normal en las vidas normales de la familia normal.
—Vaya, ¡qué miedo! —ironizó Fran.
—No seas tonto. De pronto, todo dejó de ser normal, porque todo el mundo empezó a echarlos de menos. En la fábrica, hacía días que no veían al padre. En la casa, hacía días que no se veía a la mujer colgando ropa del tendedero. En el colegio, hacía días que no veían al hijo. Cuando por fin uno de los amigos de la familia se armó de valor y entró en la casa, no vio a nadie en absoluto.
—Se irían de vacaciones.
—No, Fran. Seguían estando dentro de la casa. Encontraron los cuerpos de los padres en el sótano. Y el pobre niño llevaba días llorando abrazado a ellos.
—Nórah, te conozco. No me vayas a decir ahora que los mató el niño.
—Eso precisamente fue lo que todo el mundo creyó. Pero el pequeño no paraba de decir que había sido otro niño el que había hecho daño a sus padres y el que había hecho los dibujos.
—¿Los dibujos?
—Sí. Cuando encontraron los cuerpos, había mariposas dibujadas en las paredes. Las habían dibujado con la sangre de los padres —Fran no dijo nada, solo se oía su respiración por los auriculares—. De modo que terminaron encerrando al pequeño en un centro de menores, y ahora me parece que es paciente de una institución mental.
—Vale, ha sido una historia verdaderamente enternecedora —satirizó Fran, pero fue incapaz de ocultar su tono de preocupación—. Ahora, ¿quieres hacerme el favor de salir de ahí?
—No seas nenaza, Fran. Si acabamos de llegar.
—Nórah —Fran suspiró de nuevo y eligió bien las palabras—, esta es la quinta casa que visitamos en lo que va de año. Y ya he perdido la cuenta de cuántas llevamos en total. Pero de lo que sí estoy seguro es de que nunca has encontrado nada de lo que buscas. En tus grabaciones siempre apareces tú, sentada en medio de la oscuridad sin que pase nada a tu alrededor. Nada más.
—A veces no se trata de lo que se ve en la imagen, Fran, sino de las sensaciones que percibo.
—Pero eso no demuestra nada. No puedes demostrar que hay fantasmas o espíritus, porque tengas una “sensación” de las tuyas. Este hobby tuyo no creo que te esté beneficiando en absoluto. Andas todo el día rodeada de libros rarísimos y recortes de noticias de asesinatos truculentos. Eso no puede ser sano, Nórah. Y sabes que no es la primera vez que te lo digo.
—Vale, “papá”.
—Eso. Encima tómatelo a broma.
—Oye, Fran. No va a pasar nada. Si estás preocupado, deja de estarlo. Acabas de decir que nunca pasa nada, ¿verdad? Pues entonces no hay por qué preocuparse. Esto tan solo me llevará una hora, como siempre. Encenderé la cámara, la dejaré grabando y me sentaré delante durante una hora, también como siempre. Y después, me levantaré y nos iremos a hacer esas “otras cosas interesantes” que propusiste antes.
—Por favor, deja esta vez una grabadora y vayámonos de aquí.
—Sabes que esto no funciona así. Tiene que haber alguien in situ para que algo pueda manifestarse. Tengo que quedarme.
—Nórah, por favor...
—Tranquilo, cariño. Te quiero. Apago la radio, ¿vale?
—¡No la apagues! ¡Esta noche no!
Pero oyó por su auricular el chasquido del interruptor de Nórah. Fran apretó los labios y miró por la ventanilla de su coche el perfil oscuro de la casa en ruinas. No había tenido la oportunidad de decírselo a ella, pero, desde que había llegado a aquel lugar, había sentido un frío gélido en la boca del estómago. Algo que no había sentido nunca antes.

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