jueves, 9 de abril de 2015

Boda de ladrones (Quinta parte de cinco)

La silueta de Kayra se alzaba esbelta en la esquina de la alta azotea. Erguida y con la cabeza en alto, se bajó la capucha y dejó que el viento de la madrugada removiera su melena negra. Permanecía quieta y sin ni siquiera alterarse lo más mínimo por la terrible caída que se abría a unos escasos milímetro de la punta de su calzado. Tomó aire y movió la cabeza, en un intento vano de colocarse las cervicales, pero su mirada se mantuvo fija en las alturas, hacia el frío brillo de la luna que se reflejaba en sus ojos llorosos.

De repente, escuchó un ruido detrás de ella, pero se mantuvo inalterable. De un salto de la azotea más próxima, Hanzo había aterrizado de rodillas a unos metros de su compañera. Se levantó lentamente mientras observaba a Kayra, que parecía hipnotizada por el embrujo de la luz de la luna. Hanzo notaba algo extraño en la chica, una incierta aureola invisible de frialdad y desapego que le ponía los pelos de punta. Bajó la mirada y encontró el anillo de la dama del cementerio puesto en su dedo. El joven ladrón tenía la vaga sensación de que algo había cambiado en ella desde el momento que se lo puso.

Kayra... ―empezó a decir, con recelo de aproximarse al encontrarse ella peligrosamente cerca del borde―, ¿te encuentras bien?

Has tardado... Pensaba que venías detrás de mí.

Tuve que quedarme, Kayra. Compréndelo. No podía dejar abierta la tumba de esa pobre muchacha.

¿Ah, no? ―replicó ella, con un tono de voz que Hanzo no reconocía. Aunque indudablemente se trataba de la voz de Kayra, su entonación demostraba una falta de interés absoluto.

Hanzo comenzó a acercarse muy despacio a la espalda de Kayra.

Dime qué te ocurre, Kayra. Aléjate un poco del borde y hablemos. Te noto... distinta.

¿Es que ya no me quieres? ―repuso de pronto aquella voz que era y no era la voz de Kayra. Despacio, alzó la mano izquierda hasta su mirada perdida en la luna y comenzó a girar el anillo en el dedo―. ¡Qué pronto se te ha acabado el amor! Ha sido casarte conmigo y olvidarte de todos tus sentimientos hacia mí.

¿Pero qué dices, Kayra? ―continuó acercándose despacio hacia ella―. Te quiero, Kayra. Eso no ha cambiado ni cambiará.

¿Entonces por qué prefieres pasar el tiempo enterrando a una muerta antes que pasar una noche conmigo?

Hanzo frunció el ceño y se detuvo. No comprendía por qué Kayra actuaba de aquella manera. El ladrón escéptico se negaba a creer que el simple hecho de haberse puesto el anillo hubiese tenido una influencia semejante en ella.

No digas tonterías, Kayra, y aléjate del borde, por favor. Recuerda que tenemos que organizar el robo del...

No, Hanzo... Ya no. No tiene sentido robar el cetro contigo ―y Kayra dejó de mirar la luna para mirarlo a él. Los ojos de ella ya no eran castaños, sino que brillaban con el triste brillo plateado de una luna mortecina―. Ya nada tiene sentido, Hanzo. Sin tu amor, ya nada importa. Sin tu amor, aquí ya no queda nada para mí.

Y el cuerpo de Kayra se inclinó lentamente hacia el vacío. Una ráfaga de viento sopló y agitó su melena alrededor de un rostro que ansiaba caer para luego dejar de existir. Hanzo contempló cómo el cuerpo de ella caía a cámara lenta delante de su mirada. Un repentino impulso eléctrico puso en marcha las piernas del ladrón, que salió a la carrera para sujetar a Kayra. La joven extendía las manos hacia él, no para que la salvara, sino para despedirse, mientras sus ojos luminosos dejaban en el aire lágrimas flotantes de pena absoluta.

Los pies de Hanzo fueron rápidos y precisos, y en dos zancadas llegó a la altura de Kayra para darle la mano. La joven la apartó cuando lo vio, pero Hanzo lo intentó de nuevo y la consiguió agarrar firmemente de la mano izquierda. Hanzo dio con el pecho en el borde de la cornisa, mientras que aferraba su mano a la de ella, que pendía en el vacío.

No merece la pena, Hanzo ―repetía ella, una y otra vez, mientras trataba de soltarse de la mano del ladrón―. Si no me quieres, no me salves. No me quieres. No me salves.

Yo te quiero, Kayra, por el amor de los Altos. ¿¡Qué dices!? ¿Qué te está pasando? No pienso soltarte por mucho que te empeñes en que te suelte. ¿Qué rayos te pasa? Déjate de tonterías, y ayúdame a subirte.

No me quieres, no me salves ―y dio otro fuerte tirón de Hanzo, cuyo cuerpo ya sobresalía por el borde de la azotea.

No lo hagas, Kayra... O te juro que caeremos los dos.

No me quieres, no me salves.

Yo te quiero, Kayra. Por favor...

No me quieres, no me salves ―otra sacudida.

¡Te quiero! ¡No lo hagas!

No... me.. quieres, no me salves.

Y la sacudida fue la más fuerte de todas. La mano de ella se deslizó entre sus dedos y el anillo salió despedido por los aires. Sin embargo, el peso del cuerpo de Hanzo se vio superado y el ladrón también terminó cayendo al vacío junto con Kayra. No hubo grito, tan solo un resoplido de sorpresa cuando ambos sintieron que eran atraídos sin remedio hacia el duro suelo. El viento zumbaba en sus orejas y la luz de la luna iluminaba sus siluetas negras mientras las ventanas pasaban raudas a su lado. Hanzo no tuvo tiempo de pensar, y cuando sintió la mano de ella cerca, la agarró de nuevo con todas las fuerzas que le quedaban y, con la otra, lanzó el gancho a ciegas hacia arriba, en busca de un saliente que los salvara del impacto. Apretó los párpados y se preparó para sentir cómo todos sus huesos se partirían, cuando, de pronto, la cuerda se tensó en su puño y Hanzo sintió un violento tirón que le dislocó el hombro. A pesar de la violencia del tirón, su otra mano aguantó lo suficiente y no saltó la mano de Kayra, que, con los ojos cerrados, parecía haberse quedado dormida. Hanzo frenó la velocidad de la caída, pero no pudo soportar el dolor de sus hombros y se soltó para caer en la calle a dos metros por debajo de ellos. La caída fue brusca, y ambos terminaron tendidos en el suelo. Doloridos, confusos, pero vivos.

El anillo cayó al lado de la pareja, girando y girando hasta que se quedó quieto en un charco de agua de lluvia.

Arriba, algunas ventanas empezaban a encenderse. El ruido de la caída había alertado a algunos vecinos y pronto avisarían a la guardia. De modo que Hanzo, se puso de pie todo lo rápido que le permitió su dolorido cuerpo y sujetó por las axilas a la desorientada Kayra para llevarla a un lugar seguro. Sintió alivio cuando vio que su mano ya no llevaba el anillo. Sin embargo, una marca negra ramificada había quedado impresa en la piel de su dedo, como si ahora llevase el anillo tatuado.

En aquel momento, Hanzo no le dio mayor importancia y se limitó a abandonar el lugar dejando atrás el dichoso anillo. Sin embargo, Kayra había quedado marcada por la joya. La chica ladrona se había atrevido a llevar el anillo de la dama del cementerio, la dama que murió por amor. Hanzo no lo sospechó entonces, pero, a partir de aquel momento, él iba a compartir toda su vida con Kayra.

A partir de entonces, noche tras noche, Kayra trataría de suicidarse por un espejismo amor perdido.

A partir de entonces, noche tras noche, Hanzo velaría por ella. Él viviría para que ella no muriera.

2 comentarios:

  1. Uffff... Menudo final... Se me ha quedado el cuerpo, no sé, con una extraña sensación. Por un lado me alegro de que no acabaran siendo carne de asfalto, pero por otra, me da mucha pena el destino que le quedará a ese pobre chico por querer demasiado. Bueno, de hecho, es lo que ella quería desde un principio, ¿no? que Hanzo le demostrara cuánto la quiere. Pues ahora tendrá que demostrárselo sí o sí para que ella no acabe muriendo.

    Un gran final :) Me ha gustado un montón.

    Y el próximo va de la mujer enterrada, ¿no? Ya tengo ganas de leerlo ^^

    ¡Un besote! Y nos leemos de aquí a unos cuantos días ;)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Hola, Carmen!

      Muchísimas gracias por tu comentario. Y me alegro un montón de que te haya gustado. Espero que te guste también el cuento de la dama.

      Un abrazo muy fuerte. ¡Y nos seguimos leyendo!

      Eliminar