La silueta de Kayra se alzaba
esbelta en la esquina de la alta azotea. Erguida y con la cabeza en
alto, se bajó la capucha y dejó que el viento de la madrugada
removiera su melena negra. Permanecía quieta y sin ni siquiera
alterarse lo más mínimo por la terrible caída que se abría a unos
escasos milímetro de la punta de su calzado. Tomó aire y movió la
cabeza, en un intento vano de colocarse las cervicales, pero su
mirada se mantuvo fija en las alturas, hacia el frío brillo de la
luna que se reflejaba en sus ojos llorosos.
De repente, escuchó un ruido
detrás de ella, pero se mantuvo inalterable. De un salto de la
azotea más próxima, Hanzo había aterrizado de rodillas a unos
metros de su compañera. Se levantó lentamente mientras observaba a
Kayra, que parecía hipnotizada por el embrujo de la luz de la luna.
Hanzo notaba algo extraño en la chica, una incierta aureola
invisible de frialdad y desapego que le ponía los pelos de punta.
Bajó la mirada y encontró el anillo de la dama del cementerio
puesto en su dedo. El joven ladrón tenía la vaga sensación de que
algo había cambiado en ella desde el momento que se lo puso.
―Kayra... ―empezó a decir,
con recelo de aproximarse al encontrarse ella peligrosamente cerca
del borde―, ¿te encuentras bien?
―Has tardado... Pensaba que
venías detrás de mí.
―Tuve que quedarme, Kayra.
Compréndelo. No podía dejar abierta la tumba de esa pobre muchacha.
―¿Ah, no? ―replicó ella,
con un tono de voz que Hanzo no reconocía. Aunque indudablemente se
trataba de la voz de Kayra, su entonación demostraba una falta de
interés absoluto.
Hanzo comenzó a acercarse muy
despacio a la espalda de Kayra.
―Dime qué te ocurre, Kayra.
Aléjate un poco del borde y hablemos. Te noto... distinta.
―¿Es que ya no me quieres?
―repuso de pronto aquella voz que era y no era la voz de Kayra.
Despacio, alzó la mano izquierda hasta su mirada perdida en la luna
y comenzó a girar el anillo en el dedo―. ¡Qué pronto se te ha
acabado el amor! Ha sido casarte conmigo y olvidarte de todos tus
sentimientos hacia mí.
―¿Pero qué dices, Kayra?
―continuó acercándose despacio hacia ella―. Te quiero, Kayra.
Eso no ha cambiado ni cambiará.
―¿Entonces por qué prefieres
pasar el tiempo enterrando a una muerta antes que pasar una noche
conmigo?
Hanzo frunció el ceño y se
detuvo. No comprendía por qué Kayra actuaba de aquella manera. El
ladrón escéptico se negaba a creer que el simple hecho de haberse
puesto el anillo hubiese tenido una influencia semejante en ella.
―No digas tonterías, Kayra, y
aléjate del borde, por favor. Recuerda que tenemos que organizar el
robo del...
―No, Hanzo... Ya no. No tiene
sentido robar el cetro contigo ―y Kayra dejó de mirar la luna para
mirarlo a él. Los ojos de ella ya no eran castaños, sino que
brillaban con el triste brillo plateado de una luna mortecina―. Ya
nada tiene sentido, Hanzo. Sin tu amor, ya nada importa. Sin tu amor,
aquí ya no queda nada para mí.
Y el cuerpo de Kayra se inclinó
lentamente hacia el vacío. Una ráfaga de viento sopló y agitó su
melena alrededor de un rostro que ansiaba caer para luego dejar de
existir. Hanzo contempló cómo el cuerpo de ella caía a cámara
lenta delante de su mirada. Un repentino impulso eléctrico puso en
marcha las piernas del ladrón, que salió a la carrera para sujetar
a Kayra. La joven extendía las manos hacia él, no para que la
salvara, sino para despedirse, mientras sus ojos luminosos dejaban en
el aire lágrimas flotantes de pena absoluta.
Los pies de Hanzo fueron rápidos
y precisos, y en dos zancadas llegó a la altura de Kayra para darle
la mano. La joven la apartó cuando lo vio, pero Hanzo lo intentó de
nuevo y la consiguió agarrar firmemente de la mano izquierda. Hanzo
dio con el pecho en el borde de la cornisa, mientras que aferraba su
mano a la de ella, que pendía en el vacío.
―No merece la pena, Hanzo
―repetía ella, una y otra vez, mientras trataba de soltarse de la
mano del ladrón―. Si no me quieres, no me salves. No me quieres.
No me salves.
―Yo te quiero, Kayra, por el
amor de los Altos. ¿¡Qué dices!? ¿Qué te está pasando? No
pienso soltarte por mucho que te empeñes en que te suelte. ¿Qué
rayos te pasa? Déjate de tonterías, y ayúdame a subirte.
―No me quieres, no me salves ―y
dio otro fuerte tirón de Hanzo, cuyo cuerpo ya sobresalía por el
borde de la azotea.
―No lo hagas, Kayra... O te
juro que caeremos los dos.
―No me quieres, no me salves.
―Yo te quiero, Kayra. Por
favor...
―No me quieres, no me salves
―otra sacudida.
―¡Te quiero! ¡No lo hagas!
―No... me.. quieres, no me
salves.
Y la sacudida fue la más fuerte
de todas. La mano de ella se deslizó entre sus dedos y el anillo
salió despedido por los aires. Sin embargo, el peso del cuerpo de
Hanzo se vio superado y el ladrón también terminó cayendo al vacío
junto con Kayra. No hubo grito, tan solo un resoplido de sorpresa
cuando ambos sintieron que eran atraídos sin remedio hacia el duro
suelo. El viento zumbaba en sus orejas y la luz de la luna iluminaba
sus siluetas negras mientras las ventanas pasaban raudas a su lado.
Hanzo no tuvo tiempo de pensar, y cuando sintió la mano de ella
cerca, la agarró de nuevo con todas las fuerzas que le quedaban y,
con la otra, lanzó el gancho a ciegas hacia arriba, en busca de un
saliente que los salvara del impacto. Apretó los párpados y se
preparó para sentir cómo todos sus huesos se partirían, cuando, de
pronto, la cuerda se tensó en su puño y Hanzo sintió un violento
tirón que le dislocó el hombro. A pesar de la violencia del tirón,
su otra mano aguantó lo suficiente y no saltó la mano de Kayra,
que, con los ojos cerrados, parecía haberse quedado dormida. Hanzo
frenó la velocidad de la caída, pero no pudo soportar el dolor de
sus hombros y se soltó para caer en la calle a dos metros por debajo
de ellos. La caída fue brusca, y ambos terminaron tendidos en el
suelo. Doloridos, confusos, pero vivos.
El anillo cayó al lado de la
pareja, girando y girando hasta que se quedó quieto en un charco de
agua de lluvia.
Arriba, algunas ventanas
empezaban a encenderse. El ruido de la caída había alertado a
algunos vecinos y pronto avisarían a la guardia. De modo que Hanzo,
se puso de pie todo lo rápido que le permitió su dolorido cuerpo y
sujetó por las axilas a la desorientada Kayra para llevarla a un
lugar seguro. Sintió alivio cuando vio que su mano ya no llevaba el
anillo. Sin embargo, una marca negra ramificada había quedado
impresa en la piel de su dedo, como si ahora llevase el anillo
tatuado.
En aquel momento, Hanzo no le dio
mayor importancia y se limitó a abandonar el lugar dejando atrás el
dichoso anillo. Sin embargo, Kayra había quedado marcada por la
joya. La chica ladrona se había atrevido a llevar el anillo de la
dama del cementerio, la dama que murió por amor. Hanzo no lo
sospechó entonces, pero, a partir de aquel momento, él iba a
compartir toda su vida con Kayra.
A partir de entonces, noche tras
noche, Kayra trataría de suicidarse por un espejismo amor perdido.
A partir de entonces, noche tras
noche, Hanzo velaría por ella. Él viviría para que ella no
muriera.
Uffff... Menudo final... Se me ha quedado el cuerpo, no sé, con una extraña sensación. Por un lado me alegro de que no acabaran siendo carne de asfalto, pero por otra, me da mucha pena el destino que le quedará a ese pobre chico por querer demasiado. Bueno, de hecho, es lo que ella quería desde un principio, ¿no? que Hanzo le demostrara cuánto la quiere. Pues ahora tendrá que demostrárselo sí o sí para que ella no acabe muriendo.
ResponderEliminarUn gran final :) Me ha gustado un montón.
Y el próximo va de la mujer enterrada, ¿no? Ya tengo ganas de leerlo ^^
¡Un besote! Y nos leemos de aquí a unos cuantos días ;)
¡Hola, Carmen!
EliminarMuchísimas gracias por tu comentario. Y me alegro un montón de que te haya gustado. Espero que te guste también el cuento de la dama.
Un abrazo muy fuerte. ¡Y nos seguimos leyendo!