jueves, 22 de noviembre de 2012

Espantapiensa

―¿Cómo crees que será?— le preguntó el espantapájaros a su compañero de paja crucificado—. Yo creo que debe de ser algo maravilloso. No sé... Estar vivo y poder ir a dónde quieras. No estar siempre anclado en el mismo lugar día tras día. Debe de ser maravilloso, ¿no crees?
Sin embargo, el muñeco de al lado parecía no tener el más mínimo interés en contestar. Algo nada sorprenderte al tratarse de un muñeco hecho de paja y vestido con ropa vieja y descolorida por la luz del sol. Aun así, su compañero se mostraba muy parlanchín todas las noches. Algo verdaderamente sorprendente al tratarse de un pelele hecho con palos, heno y tela vieja. El hablador miró a los lados y pudo oírse el crujir de las tiras de paja seca en su cuello.

—A mí me gustaría saber lo que se siente, ¿sabes? Aunque solo fuera durante una hora. Fíjate. Llevo aquí tres años... Bueno, ¡qué te voy a decir a ti! Tú viste cómo me hacían justo aquí a tu lado. Y en todo este tiempo, no he sentido el tacto de la tierra que tengo justo ahí, debajo de los bajos de mi pantalón roído. Me conformaría solo con sentir eso. Sentir algo al fin y al cabo. Experimentar la sensación de sentir.
Era una noche clara y el aire era fresco y limpio. La explanada de la yerma plantación se perdía en los horizontes y daba la impresión de que le daba la vuelta al planeta entero.

—Si por un instante yo estuviera vivo, lo primero que haría sería tomar una gran bocanada de aire y llenar mi pecho para oxigenar mis ideas y soltarlas fuera en un gran soplo liberador. Me liberaría de todas mis frustraciones y miedos. Llevo demasiado tiempo quieto, ¿sabes? Desde que me hicieron, no me he movido de este punto exacto, ¿sabes? A veces, cuando hace viento, deseo que afloje mis ataduras y que me tire al suelo. Lo sé, pensarás que estoy loco, porque eso acabaría conmigo, pero reconozco que a veces lo he pensado. Sí, ya lo sé. Lo más seguro sería que el viento me despedazara y quedara hecho un remolino de paja y trapos en el aire. Pero al menos habría sentido algo antes de desaparecer. Habría sentido el peso de mi cuerpo mientras cae, habría sentido el tacto del suelo cuando cayera sobre él, habría sentido el empuje del viento mientras me destroza. Acabaría conmigo, sí, pero para mí habría merecido la pena.

Su compañero miraba al suelo con el botón mal cosido que hacía las veces de ojo. Era lo único que decoraba su cara. No tenía ni otro ojo, ni nariz, ni boca.

—Ojalá fuera como tú —siguió diciendo el parlanchín—. Parece que te conformas con lo que tienes. Y, bueno, aunque no te entiendo del todo, te envidio, ¿sabes? Porque no necesitas nada que no tengas ya. Te conformas, pero lo digo en el buen sentido. No pienses que pretendo hacerte cambiar de idea o hacerte ver que estás equivocado. Solo digo que ojalá fuera como tú. Ojalá pensara como tú y me conformara con espantar pájaros y estar aquí plantado hasta el día que nos deshagamos. Pero, no sé, a mí me gustaría algo más. No, por favor. No pienses que me creo mejor que tú. Soy igual que tú. Solo que pienso diferente. Solo es eso. No quiero que te molestes por todo esto que te estoy contando. Tampoco quiero llevarme mal con mi único amigo. Eres el único con quien puedo hablar, ¿sabes?

Su compañero espantapájaros seguía sin decir nada.

—Si algún día lo consigo, si algún día cobro vida y puedo ir más allá de este campo, lo único que echaría de menos sería a ti. Y ojalá que si un día cobro vida, tú también lo hagas para poder irnos juntos. Pero bueno, ahora que lo pienso, no sé si eso te gustaría. Pareces bastante contento por aquí, con tu vida y con tus pájaros. Pero no sé, creo que estaría bien. Al menos que lo probaras para que supieras lo que es. Porque, ya te digo, que debe de ser algo maravilloso. No sé. Por ejemplo, fíjate ahí delante. ¿Ves ese punto del campo donde la vista no alcanza? Sí, ese donde la vista ya no distingue nada y solo ves una línea recta en el horizonte. ¿Lo ves? ¿Sí? ¿Nunca te has preguntado qué hay allí? ¿No? Yo me hago la misma pregunta cada vez que miro hacia delante. Y a veces me imagino qué es lo que puede haber allí. Puede que haya algo totalmente diferente. Un lugar completamente nuevo y apasionante que está esperando a ser descubierto por nosotros. Un lugar alejado de esta monotonía en el que podamos estar fuera de estos palos de madera que aprisionan nuestros cuerpos. Un sitio en el que podamos estar juntos y libres, sin estar clavados al suelo. ¿No te gustaría estar en un sitio así? ¿Eh? ¿No te gustaría estar allí... conmigo?

Su compañero no dijo nada.

—Bueno —dijo ante su silencio—, a mí sí me gustaría estar allí contigo. Pero sabes, estar aquí no está tan mal al final. Si estoy contigo, claro. Quizás un día podamos descubrir qué hay más allá. Quizás, más adelante.

Su compañero seguía callado. Y no porque no quisiera contestar. Su cara solo tenía un ojo. Carecía de otro con el que ver más lejos, de nariz con la que respirar, de boca con la que hablar. No le podía decir a su compañero que sentía lo mismo que él, no le podía gritar que estaba harto de su vida, no le podía chillar con desesperación que también quería salir de ahí con él y vivir una vida diferente. No tenía boca con la que decírselo, pero sí que tenía un ojo con el que llorar.

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